14 ago 2008

El Encuentro

Tinkunaco, fiesta divina y pagana

Cosas Nuestras
Revista N° 19
La Rioja

En La Rioja el último día del año se festeja desde temprano. Las calles se visten con el colorido de la tradición y la gente puebla la plaza principal esperando al Niño Alcalde, la figura central de una de las celebraciones religiosas más singulares del país.


El sol riojano calienta las calles del centro, se acerca el mediodía del último día del año y la gente avanza a paso lento. El recorrido se hace largo pero todos caminan con una sonrisa dibujada en el rostro. Van a presenciar el Tinkunaco, una celebración que data de 1593 y que aún hoy, después de más de cuatrocientos años, se festeja con la participación de todos los riojanos. Cada 31 de diciembre habitantes de todos los pueblos de la provincia bajan a la plaza 25 de Mayo. Unos van vestidos en tonos violeta y amarillo con una banda que les cruza el pecho, tienen flores bordadas en su ropa, encaje y lentejuelas, y portan una bandera adornada con cintas de seda de varios colores. Otros llevan en el torso un escapulario que les cubre el pecho y la espalda, con infinidad de espejitos y cintas. Representan a los españoles y a los diaguitas de la época de la conquista, y se dirigen hacia la Casa de Gobierno de La Rioja para propiciar el encuentro que fusiona fe cristiana y cultura nativa, y que al igual que en los años de colonización, los riojanos conmemoran para reivindicar su origen y tradición.


"Esta fiesta tiene un carácter muy emotivo, es parte de nuestra identidad, por eso aquí todos salimos a la calle a presenciar el encuentro del Niño Jesús y San Nicolás de Bari", describe un puestero que está presente en todas las celebraciones. Es que a esta fiesta no falta nadie; también se suman turistas extranjeros y visitantes de otras provincias argentinas. El destino de todos ellos es el centro de la ciudad, que los recibe con flores, carteles de bienvenida y calcomanías con la figura del Niño Alcalde, de carita redonda, ojos azules y cabello rubio enrulado. A medida que van llegando a la plaza principal cada uno disfruta según sus gustos, ya sea con empanadas y confituras que se venden en los puestos al aire libre, o bien tomando añapa o aloja, las clásicas bebidas ancestrales elaboradas en base al algarrobo.

EL NIÑO ALCALDE
"Es una fiesta histórica que deviene de un hecho religioso y político", explicaGisela Cah, una riojana que año tras año participa del Tinkunaco, voz quichua que significa encuentro. "Tiene su origen en un enfrentamiento en el cual los pobladores originarios se proponían expulsar a los españoles que los oprimían, aunque por suerte podemos llamarla la guerra que no fue", agrega. El mediador que intervino para frenar la inminente lucha fue San Francisco Solano, quien llevaba la imagen del Niño Jesús y gracias a él logra aquietar los ánimos hasta que aborígenes y españoles aceptan dialogar. Según Cah, "los diaguitas aprueban la propuesta de paz basándose en dos condiciones: que renunciara el alcalde de la ciudad -hasta ese momento primera autoridad y forma de gobierno español que conocían los nativos-, y que fuese designado el Niño Jesús como su reemplazo". El pacto lograron concretarlo el último día del año en la Casa de Gobierno, debido a que en esa fecha se producía el cambio de autoridades en las ciudades de América Hispana que carecían de virrey.

De ahí que se estableciera esa fecha para la celebración indígena y desde entonces, hasta la actualidad, El Niño Alcalde representa la máxima expresión de paz en suelo riojano.

Año tras año miles de fieles repiten el mismo ritual. Cuando el reloj de la iglesia catedral marca las 12 del mediodía, dos procesiones formadas por ayllis, palabra quichua que se identifica con los diaguitas, y por alféreces o "gente de a caballo", que se asocia con los españoles, se ubican en los alrededores de la plaza 25 de Mayo. La ceremonia comienza cuando los acordes de la Banda de Música de la Policía de la provincia anuncian que la imagen del patrono San Nicolás de Bari sale de la Catedral. Mientras tanto, desde la iglesia de San Francisco, ubicada a 100 metros hacia el norte de la plaza, un grupo de ayllis lleva en andas la imagen del Niño Alcalde. Va con una capa negra de terciopelo, un sombrero con plumas y un bastón de mando. Ambos grupos marchan bajo el sonido penetrante de la caja y entonan un canto litúrgico tradicional en el que se entremezclan frases en quichua y en castellano. Es el momento más silencioso de la fiesta, en que todas las miradas se dirigen a contemplar la elegancia del Niño que avanza sobre su trono de plata.

LA ALIANZA
El gobernador, el intendente y la mayoría de las autoridades provinciales participan también de esta fiesta. Cada uno en su función cumple un rol fundamental, por eso no es de extrañar que ellos esperen estoicos frente a la Gobernación. La tradición manda que sólo basta una orden del alférez mayor para que las banderas flameantes que portan se inclinen, y todos los presentes se arrodillen tres veces delante del Niño Alcalde. "La reverencia se hace en señal de sumisión ante quien está a punto de asumir como nueva autoridad gubernamental", precisa Gisela Cah. Aunque lo más simbólico y esperado del encuentro es el gesto de la entrega de mando, cuando se le otorga a los diaguitas la llave de la ciudad.
A partir de ahí, la alegría invade los corazones, el Niño Jesús es el alcalde. La gente aplaude, agita enérgicamente sus pañuelos y aclama a su nuevo gobernante pacificador. Luego de este acto el Niño es llevado a la Catedral, donde permanece hasta el 3 de enero, día en que finaliza la ceremonia con la entrega al intendente de la Sagrada Biblia, para expresarle que bajo esa ley las tribus quieren ser gobernadas. Así, con cada Tinkunaco que se festeja, cada generación de riojanos reconoce la alianza político-religiosa que los gobierna desde los inicios del siglo XVI. Y ni el fin de año, ni las autoridades de turno, ni las diferencias religiosas harán que ellos olviden uno de los hechos que sentó las bases de su cultura.


LA FIESTA DE LA CHAYA
En épocas de carnaval La Rioja festeja con la Chaya. Es un rito de alegría y agradecimiento, en el que se juega con harina, agua y albahaca y se brinda con un buen vino riojano. Como todo rito ancestral tiene su origen en una leyenda, que trata de un amor imposible entre una niña indígena y un joven príncipe. La historia cuenta que en la tribu había una bella joven que estaba enamorada del príncipe Pujllay, y que dolida por su amor imposible se adentró en las montañas y se convirtió en nube. Una nube que vuelve cada año en forma de chaya o rocío para alegrar la tierra sedienta. Pujllay, en tanto, es un personaje que en el festejo es representado por un muñeco grotesco y andrajoso que preside la algarabía popular. De él se dice que caminaba errante en busca de la princesa, y que al llegar a cada tribu durante la cosecha compartía la alegría de los agricultores embriagándose de pena y soledad. Pero un día, ya cansado y desilusionado, Pujllay se suicida cayendo en el fuego de la celebración. Esta historia se traduce actualmente cada mes de febrero en la quema del muñeco Pujllay, y en el entierro de sus cenizas al terminar el carnaval. Aunque antes de ello, hay que ver cómo se festeja la Chaya en todos los barrios de la capital, y especialmente en Chilecito. La gente se embadurna de harina y agua, lo que los riojanos llaman topamientos. Hombres por un lado, mujeres por otro, se abalanzan tres veces unos contra otros, siempre al son de las vidalas y al grito de "¡Chaya!". En el tercer choque se funden todos en un baile, desparraman agua, harina, albahaca y se corona estableciendo el vínculo mediante la entrega de la "guagua" o ahijado, que hoy no es otra cosa que un muñeco de masa dulce que más tarde comen entre todos. Luego, comparten un vaso de vino y no paran de bailar hasta entrada la noche.

1 comentario:

Anónimo dijo...

wow, very special, i like it.